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NOTAS

Los nuevos desaparecidos

Nuestras palabras han cambiado con el tiempo. El discurso clásico y galante dio lugar a una sintaxis pragmática entre la codificación y la especificación de fonemas y neologismos técnicos. Hemos Ilegado mucho más lejos que los viejos temores lingüísticos planteados por Martín Heidegger.

 

El entierro de la revolución - Víctor Dabove

Nos hemos transformados en sujetos con predicados orales mínimos que a veces suenan a graznidos funcionales que sirven para corroborar una relación dialógica elemental. Los diálogos acaban entonces en intermensajes neutros o circulares, es decir, sin posibilidad de interrogantes en suspenso reflexivo. Somos como murciélagos virtuales emitiendo mensajes muy simples que hacemos rebotar contra otro para escuchar nuestro propio eco. El receptor ha desaparecido. El receptor de esa emisión, somos nosotros mismos.

¿Qué sentimos cuando de pronto nos encontramos con un amigo en un café?. Descubrimos sin confesarlo, que nuestros diálogos no son nuestros; que lo verdadero es el vacío y el indescifrable "ruido de fondo" de un enigmático origen que nos supera como hombres y como personas.
Hoy por hoy ya estamos dentro de una pecera con luz propia.
Una pecera autosuficiente y opuesta a los efectos cambiantes del cielo con sus bendiciones o maldiciones meteorológicas. En este nuevo "reality show" omnipresente, podemos trampear el tiempo real desplegando un "kit vivencial" en combinatorias y variables pautadas de antemano. El cuerpo real del comunicador se transforma en espectador de su propia imagen dentro del circuito cerrado. Lo real y lo virtual entran en un contrapunto fusional haciendo desaparecer las diferencias.

Y es allí, donde ante la desaparición de lo real en lo virtual y lo virtual en lo real, nace el concepto "en tiempo real". Nuestro cuerpo es objeto de un observador virtual testigo de nuestra realidad prestada.

En todo caso siempre tiene que existir alguien afuera para poder comprobar nuestra desaparición.

No hay que dudarlo ni un minuto, la extensión de las autopistas informáticas, conducen a una desertización sin precedentes del espacio real y de todo lo que nos rodea. Ya no hay distancias. El correo electrónico aboliendo y envenenando esas distancias con el vacío, liquidaron definitivamente el espesor metafísico de la espera, su valor simbólico y el ámbito del imaginario colectivo del espacio real.

Por otro lado, la espera para que "baje" una información por Internet no es más qué la consecuencia del tráfico de datos satelizados sin intersticios de silencio, en un orden de continuidad circular que por exceso, se desdobla en ausencia absoluta de sustantividad entre emisión y transmisión: ¿Dónde estoy yo?, ¿Dónde están los datos que me Ilegan?. ¿Estoy Ilegando yo a los datos o estos Ilegan a mí?. En el medio del que pregunta y el que responde, estoy yo, el desaparecido, un segmento de información fusionada en la red, un pulso que aparece y desaparece aquí y allá hasta no dejar rastro alguno. Allí millones de seres se ven actuar por otros.

Allí nos vemos muertos, en una escenografía patética que respeta la performance de una buena cobertura periodística, estetizada según el medio de marca que elija el abonado. Muertos, sin espesor, libres de olores nauseabundos. Libres del azaroso contacto frío con el cadáver. Eludidos definitivamente de una reacción humana. Hagamos zapping con la muerte. Zapping, visual, táctil y auditivo.

Con el contestador activado, fijo y móvil, somos desaparecidos voluntarios. Desaparecidos girando a perpetuidad en el espejo de un satélite e imposibilitados de morir, aunque ya estemos muertos para siempre.

Victor Dabove

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